Este cartel surgió como proyecto para presentar a un concurso que el Grupo Ciudades Patrimonio de la Humanidad celebraba en la edición 2016. En él, debía quedar reflejada la presencia de las 15 ciudades españolas que han sido reconocidas como Patrimonio de la Humanidad bajo el tema de la protección ambiental de sus cascos históricos a través de la concienciación social y la protección de sus valores culturales contra los actos incívicos.
Partiendo de esta idea, me propuse escoger aquellos rincones o escenarios que pudieran resultar representativos del patrimonio y los monumentos de Alcalá de Henares, Ávila, Baeza, Cáceres, Córdoba, Cuenca, Ibiza/Eivissa, Mérida, Salamanca, San Cristóbal de la Laguna, Santiago de Compostela, Segovia, Tarragona, Toledo y Úbeda.
Considerando mi experiencia personal al visitar algunos de estos lugares y cómo podían ser reconocibles tanto desde fuera como desde el punto de vista de la sociedad que los habita, hice una selección en la que todas ellas pudieran participar entre sí, pero al mismo tiempo se mostrasen como piezas singulares del puzzle con su carácter único: belleza, valores históricos, artísticos y paisajísticos.
Esta reunión entre puntos más o menos equidistantes en el mapa, de inclusión formando parte de un mismo leitmotiv parecía querer decirme, a modo de sugerencia abstracta, que debía contener ese conjunto de impresiones bajo algún tipo de lazo.
Por otra parte, pensé en lo que significaba ser partícipe de algo que sabes que forma parte de ti pero no te pertenece, o al menos, no más de lo que tú mismo le correspondes:
La impresión del Greco al observar el conjunto de la Ciudad Imperial para resolver dentro de sí mismo la interpretación de aquella visión bajo el cielo toledano, la historia resurgiendo entre escombros continuamente en la romana Mérida o la ilusión satisfecha del peregrino que consigue, poniendo a prueba su fe y sus tobillos, presentarse frente a la fachada del Obradoiro de la Catedral de Santiago y sentir que mereció la pena.
La primera vez que vi el Cielo de Salamanca fue a pleno día y sin embargo, no podría estar más segura de haber contemplado su verdadera noche estrellada.
Creo que formar parte de algo consiste en hacerlo propio. Este acto, absolutamente íntimo, sólo puede permanecer vivo cuando se comparte de la misma manera.
En esta alegoría, esto se convierte en un gesto cómplice entre dos personas. El abrazo se constituye el puente que consigue transmitir el sentimiento de protección, fragilidad y respeto entre las identidades individuales delos protagonistas, representado en masculino y femenino el conjunto de la sociedad.
Nuestra identidad también forma parte de aquellos lugares que se hicieron propios y quedaron grabados en sí mismos, más allá de la piedra y de la dermis, haciéndonos formar parte de su relato común de la misma manera que constituyen parte de nuestra memoria.

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